domingo, 15 de mayo de 2016

A los pies del palacio (Carmen Romero Lorenzo)


Amaltea no es el ejemplo de dulce huérfana que se suele encontrar en los cuentos de hadas. No sueña con escapar de su vida ni pretende casarse con un príncipe. Por si fuera poco, prefiere confiar en sus propios hechizos antes que en los de un hada madrina. De hecho, si alguien conociera sus secretos probablemente la calificaría como la mala de la historia: sin escrúpulos, egoísta y manipuladora. Mas no todo es blanco o negro cuando, una Amaltea ya adulta, se dispone a escribir los motivos que acompañaron a sus decisiones. 
 En su primera novela, Carmen Romero Lorenzo reinterpreta un cuento clásico por todos conocido, dotando a la narración de elementos cotidianos, naturales, pueriles, para perfilar de este modo una obra a veces cruda, a veces sensible, que acaba por dibujar, en un escenario de corte fantástico, los elementos esenciales y oscuros que definen a cualquier sociedad de cualquier tiempo, ya sea real o imaginado. 


Cada vez siento más pasión por la novela corta. Me resulta fascinante la manera de enfocar la narración que implica este tipo de obras; cuando un autor coge las riendas con firmeza y sabe controlarlas hasta el final, puede convertirse en una experiencia muy intensa y grata. Esta es la sensación que me dejó A los pies del palacio después de leerla: me había secuestrado, me había succionado del mundo real y no me había dejado ir hasta que no la terminé. Ha sido una lectura original, interesante, bien planteada. Gracias a ella tuve un viaje en tren magnífico.

A los pies del palacio ofrece una visión alternativa de La Cenicienta con un marcado carácter feminista. Esta idea, como punto de partida, tenía mucho peligro. Cuando se trata de tejer historias con el feminismo como núcleo (al igual que ocurre con otros temas delicados), hay un riesgo bastante algo de acabar cayendo en obviedades, en lo facilón, en lo políticamente correcto incluso; me refiero a los casos en los que el autor se vale de los personajes y la trama para darnos un mensaje mascadito sobre qué le parece ético y qué no, del tipo "hacer esto está feo". Esta novela sortea esas trampas holgadamente; creo que por eso me ha entusiasmado tanto. Carmen Romero demuestra maestría a la hora de abordar el tema del feminismo y ahondar en él sin conformarse con emitir juicios de valor.

Y creo que el estilo narrativo utilizado ha sido la clave para llegar hasta ese buen conjunto. Me ha gustado mucho el uso que se le da al vocabulario y las estructuras sencillas; aparte de hacer la lectura muy ligera y propiciar el ambiente doméstico que prima en la novela, la autora se vale de él para llenar el texto de sutilezas. También se juega un poco con el equilibrio entre esas sutilezas y otros momentos de descripción más gráfica. Un aspecto concreto que me ha gustado mucho es la manera en que finalizan muchos de los apartados del texto (digo "apartados" porque la novela no se divide en capítulos, sino en bloques de texto): con una frase conclusiva aparentemente sencilla, pero que se te queda clavada en la retina por encerrar un segundo sentido más profundo, como si fueran pequeños cliffhangers que le van dando otra dimensión a la historia y, sobre todo, a la protagonista.

Amaltea convence. Nos cuenta su historia en primera persona, desde la niñez hasta su presente, y poco a poco la vamos descubriendo como un personaje realista, imperfecto, complejo. A través de esta Cenicienta y de los demás personajes del cuento (aparecen los padres, la madrastra, las hermanastras, el príncipe... Todos van apareciendo poco a poco) se nos va dibujando un universo que poco tiene que ver con la ambientación onírica de magia inocente de los cuentos de hadas. El mundo que Amaltea nos presenta es crudo, mucho más parecido a un entorno medieval fidedigno que a un cuento en sí (de hecho me sobresalté bastante cuando se habló por primera vez del dragón). Me parece interesante cómo la autora ha hecho encajar una historia así en un contexto de ese tipo; de hecho, me gusta cómo se trata el tema de la magia en sí, como algo caótico y de magnitudes imprevisibles. Dentro de este entorno realista, los personajes no se quedan atrás; Amaltea no es la única que sale bien parada aquí, pues casi todos los demás son tridimensionales. Exceptuaría tal vez al príncipe, que me ha parecido un poco más arquetípico (aunque no en el sentido que se espera a raíz del cuento original). Como favorita coronaré a Dolores, la que ejerce el papel de madrastra, y también a su hija Bel. Las historias de los personajes están muy bien llevadas y entrelazadas, encajando muy bien dentro del molde del cuento clásico. Leyendo la historia sabes técnicamente qué va a pasar, porque ya conoces la trama a grandes rasgos, pero nunca sabes de qué modo se van a desarrollar los acontecimientos ni cómo serán realmente los personajes, que escapan por completo al rol que apuntaban a tener a raíz del cuento.

Esto lo considero un punto clave. El cúmulo completo de personajes y narración que conforma la novela me ha parecido una manera muy aguda de representar cómo un conjunto de hechos y personas, sometidas a un contexto cultural determinado y a la visión parcial de una sociedad concreta, pueden quedar reflejadas para la posteridad de forma distorsionada. En el caso de esta novela, es como si el cuento clásico de Cenicienta, el que todos conocemos (junto a otro más que aparece ligado al final, pero que mejor no desvelaré para no destrozar la sorpresa), fuera la versión que queda de una historia que resultó polémica en su momento, la versión que las habladurías han propagado a lo largo del tiempo y que fue creada por personas con una mentalidad simpatizante únicamente con parte de las personas implicadas en aquellos eventos. Así, la visión que permanece en la historia convino solo a unos cuantos y consta de personajes planos con mentalidades simples. Tratándose de una sociedad antigua y opresora, el pudor y el machismo entran en juego, de forma que la magia y las mujeres que la practican son las principales afectadas. En la novela, las practicantes de magia y las mujeres que manifiestan su sexualidad son perseguidas, criminalizadas y, a menudo, unidas en un solo concepto. Es lógico que, a los ojos de sus contemporáneos, este tipo de personas acabasen constando como las malas, las brujas, las tiranas, mientras que los hombres escapan a ese juicio. Únicamente si una labor mágica resultaba conveniente acabaría por considerarse como obra de un hada madrina buena. Lo genial de esto es que, mientras lees, a veces te olvidas de que se está hablando de un contexto ficticio, pues es fácil extrapolar ciertas cosas a nuestros tiempos. La forma de tratar la demonización de la mujer sexualmente abierta y con libertad de decisión es como una bofetada, pues identificas ciertas cosas con vivencias reales de hoy en día que carecen de la excusa de tener lugar en un entorno fantástico y de corte medieval. Creo que ha sido una manera muy hábil de plasmar esta idea.

Si tengo que destacar algo que no me ha gustado de la novela, tengo que señalar que la puntuación me ha puesto nerviosa en ciertos tramos. No es que sea incorrecta, pero habría sustituido muchas de las comas por puntos y seguido, pues me daba la sensación de que faltaban pausas más rotundas en bastantes frases. Aparte de eso, aunque el comienzo es maravilloso, el final me ha parecido un poco precipitado si lo comparas con el ritmo de la narración del grueso de la novela; cierto que hay lapsos de tiempo en los que la historia da saltos, sobre todo para poder plasmar el transcurso de la niñez de Amaltea, pero el último tramo adquiere un ritmo más lento y detallado que contrasta con el final. Aún así, como he comentado más arriba, la forma de hilar la historia con otro cuento popular te deja un regusto de satisfacción al terminar. Una satisfacción que se mezcla con el sabor agridulce de la historia en sí, lo cual lo hace aún mejor.

En resumen, creo que ha quedado bastante claro que recomiendo esta novela. De hecho, ya está recomendada en mis círculos más cercanos. Es una lectura rápida, ligera y atrapante, pero con una profundidad que desgarra. Una buena ópera prima por parte de la autora.


Si te ha gustado esta entrada no olvides compartirla y/o comentar tus opiniones. No cuesta nada y me resulta de gran ayuda :) 
Si quieres leer más, puedes encontrarme en Twitter y en Facebook. ¡Muchas gracias!

martes, 19 de abril de 2016

La ¿solitaria? carrera del escritor



A veces me viene a la mente un recuerdo de hace una década que, por algún motivo, tengo ahí clavado en la memoria. El recuerdo no está compuesto de imágenes vívidas, sino sobre todo de palabras: una conversación con una persona, un hombre cuya cara ya no sabría describir y al que, que yo sepa, no he vuelto a ver desde entonces. El hombre y yo hablábamos de mi deseo de ser escritora cuando fuera mayor, dato ante el cual él reaccionó de forma inesperada. Hasta el momento, todos los adultos a los que les contaba este dato sobre mí se alegraban o se enorgullecían de mi anhelo; él, sin embargo, puso una mueca que no supe si interpretar como señal de decepción o de descontento. “No me gusta. La carrera del escritor es muy triste”, dijo. En seguida quise saber por qué opinaba así, a lo que respondió: “En otros trabajos tienes compañeros, tienes un lugar al que ir todos los días y eso te da vida. Los escritores están solos”. 

No recuerdo si llegué a responder a esto, o qué dije en caso de que lo hiciera. Lo cierto es que la conversación debió de marcarme, o de lo contrario no la recordaría tan a menudo. Nunca, en todos los años que llevaba cultivando aquella faceta literata (que no eran muchos aún, pero a mí me lo parecían) había prestado ninguna atención al hecho de estar completamente sola mientras escribía. La imagen del escritor ermitaño, aislado del mundo y la sociedad para crear sus obras en un despacho poco ventilado y de paredes llenas de libracos apolillados, se instaló en mis pensamientos. No se correspondía en absoluto con la visión que yo tenía. La imagen previa, para mí, siempre había sido la del escritor apasionado, con las emociones danzando y gritando a su alrededor mientras intentaba enlazarlas al papel con cuerdas de letras. Un escritor, ciertamente, también aislado del mundo, pero en otro sentido: aislado durante la escritura por estar viviendo otra realidad en paralelo, por estar creando magia, aislado aunque estuviese rodeado de gente. Ese aislamiento, para mí, era maravilloso. No me hubiera importado terminar siendo así. 

Pero, ¿y si con los años y la madurez ambas imágenes resultaban ser la misma? 

Con esa duda fui creciendo, mientras escribía en mi placentera soledad y vigilaba que no se convirtiera en una repentina misantropía. Pero, las cosas que tiene la vida, durante esos años de crecimiento, el panorama literario cambió bastante. Primero llegó el cambiar las libretas por ordenadores portátiles: luego, llegó el boom de las redes sociales. Facebook, Blogger, Twitter, incluso aquellos olvidados Tuenti y Fotolog. No solo contribuyeron a lo grande a que empezase a procrastinar en cuanto me descuidaba (eso da para otra entrada), sino que sirvieron de medio de cultivo para dar génesis a una nueva era literaria. Yo me maravillaba con lo que encontraba en esa gran red: escritores aficionados como yo compartiendo sus escritos, foros de jóvenes autores, blognovelas, concursos online de relatos… Los autores que aún no habían conseguido triunfar rompían con la resignación y el anonimato y se lanzaban a abrir sus corazones al mundo, a recitar sus creaciones a grito vivo. Y había retroalimentación: la gente leía y comentaba, creando una comunidad que iba creciendo y mutando. De pronto, un día pestañeé y al abrir los ojos la cosa había evolucionado aún más: Amazon, Wattpad, Youtube. De pronto, la red estaba inundada de lugares que ofrecían recursos para escritores: “taller online de literatura”; “curso de creación de novela”; “10 claves para escribir un best-seller”. Los autores bombardeaban sus redes con retransmisiones en directo de lo que escribían, cuándo lo escribían y cómo lo escribían. Pedían opinión a sus seguidores sobre cualquier aspecto y decisión. 

Y entonces a mí me dio miedo meter ni siquiera la puntita del pie en aquella ola gigantesca. Escribir ya no era una tarea solitaria en absoluto. Yo siempre había escrito en soledad y ahora me sentía perdida. 

Cierto es que, en mi caso particular, siempre he sido bastante reservada con lo que escribo: soy de las que odian que otros lean lo que he escrito antes de terminarlo. Incluso me cuesta contarles a personas de confianza de qué trata la historia en la que estoy trabajando mientras el proceso creativo está en curso. Supongo que esto es un poco extremo: aunque no predique mucho con el ejemplo, creo que es bueno compartir un poco con otras personas interesadas en la literatura y aprender de ellos durante la misma creación de la obra, no solo a posteriori. Por así decirlo, no cerrar la puerta del todo hasta el día del estreno, sino dejarla entreabierta para que otros puedan entrar y contribuir a mejorar la obra. En ese sentido, creo que los talleres literarios en los que se comparten escritos y se intercambian opiniones pueden llegar a ser muy enriquecedores. Lo mismo opino de los cursos, foros o cualquier otra herramienta que te permita recibir consejos y adquirir nuevas perspectivas. Incluso entiendo que la emoción te lleve a querer informar a todo aquel que pueda estar interesado de tus avances en esa novela que te mantiene en vilo o ese relato que está quedando tan bien. Es normal, creo yo. Pero, aun así, sigue dándome miedo esa fina línea divisoria que tan fácilmente se puede perder de vista: la que separa el escribir algo que es tuyo, un trocito de ti, a dejar que otros escriban por ti. Que lo que haces se vea tan deformado por consejos para escritores, reglas de oro sobre cómo perfilar personajes o recomendaciones de meter escenas de sexo para vender más que llegue un momento en el que acabes poniendo punto y final en un texto que no es realmente tuyo. Que llegue un día en el que pases más tiempo anunciando qué y cómo vas a escribir que escribiendo. 

Es cierto que el motivo por el que se escribe es algo muy personal. Para mí, uno de los pilares de esta pasión radica, precisamente, en el placer de crear algo tan íntimo y convertirlo en una obra que pueda ser leída por cualquiera. El no tener límites, el sólo mesurarme en el caso en que yo misma lo decida. Soy incapaz de realizar un acto tan introspectivo si no para de circular gente a echar un vistazo; mi ordenador quedaría entonces mucho más repleto de obras sin acabar de lo que ya lo está. A mí, con mi obra terminada debajo del brazo, que me vengan a descuartizarla desde el principio al final, a corregirme, a decirme qué cosas debería conservar y cuáles son una basura, para poder aprender de quienes saben más que yo y convertirla en algo que merezca la pena leer. Mientras tanto, dejadme a solas con mis novelas. Pero dejad la puerta entreabierta al salir, por lo que se pueda terciar.


domingo, 27 de marzo de 2016

Prólogo

A veces creo que tengo demasiados sitios web y perfiles en redes sociales. Por eso me ha parecido buena idea abrir un nuevo blog.

¿Sentido? No demasiado, pero aquí estoy. Para los que no lleguen hasta aquí gracias a la autopromoción que seguramente haga en mis redes, me presento: soy Celia Corral, una chica a la que le encanta escribir y que ha publicado dos novelas por el momento: Ontromus y Nosotros, los malos. Podría liarme a contar mi vida, pero no viene al caso; estoy aquí para inaugurar un blog. Supongo que las redes como Facebook o Twitter (sobre todo Twitter) no cumplen una función que satisfaga mi tendencia a enrollarme como una persiana. Necesito explayarme, esto es un hecho. Y, dado que mi anterior blog (aparte de ser un poco disperso) quedó bastante abandonado, me apetecía contar con un espacio en el que volcar todo lo que quiero decir sin limitaciones de caracteres. Ahora que a la moda blogger se le está pasando el arroz, pues oye, aquí vengo yo.

Así que, sin más miramientos, sed bienvenidos a Juntaletrerías, un espacio personal dedicado enteramente a temas literarios, sobre todo desde el punto de vista de los que se dedican (o quieren dedicarse) a juntar letritas hasta dar forma a esos libros que tanto disfrutamos luego los lectores. Posiblemente, abunden bastantes reflexiones acerca del proceso de escritura en sí; probablemente, ahora que al fin he conseguido publicar algunas obras, escriba opiniones o vivencias "desde dentro" sobre la parte del mundo literario que conozco. O tal vez caiga algún comentario sobre libros que me llamen la atención. En fin, no puedo concretar por el momento en qué va a consistir exactamente este nuevo blog; solo espero que salga bien.

Pasa y ponte cómodo: intentaré que encuentres algo de tu agrado por aquí. ¡Y gracias por leerme!